Ópalos, el fuego atrapado en la piedra
Ópalos, el fuego atrapado en la piedra
Los beduinos los creían habitados por el fulgor de un relámpago, y en la edad media se los consideraba la más preciosa de las gemas, ya que en su iridiscente destello se aunaban los colores-y por tanto las propiedades mágicas-de todas las otras piedras preciosas. Y es que hay algo mágico en el extraordinario juego cromático de los ópalos, un brillo que encandila, enamora e invita a correr a la imaginación.
Científicamente, el ópalo es un mineraloide, una sílice hidratada o amorfa, que aunque según la clasificación de Strunz está relacionada con los cuarzos, no es un cuarzo. La división más amplia que se puede hacer entre los diversos tipos de ópalo es la de ópalo común y ópalo noble. Sólo el segundo presenta el característico juego de color que asociamos a esta gema, y que se debe a la estructura interna de la piedra: Está constituido por diminutas capas superpuestas de lepisferas (esferas de sílice) de cristobalita y tridimita (dos tipos de silicatos); y es la disposición aleatoria de estas placas submicroscópicas de esferas que actúan como redes de difracción de la luz lo que otorga al ópalo precioso la capacidad de reflectar la luz y descomponerla, como si de un prisma se tratara, en los colores del arcoíris. Es la única gema conocida capaz de hacerlo.
Los colores del ópalo dependen de las condiciones en que ha sido formado, y presentan una gran variedad que incluye: distintos tonos de blanco, grises, rojo, naranja, amarillo, verde, azul, magenta, rosados, pizarra, oliva, marrón, y negro. De todos el más raro y preciado es el negro, y los más comunes los blancos y verdes. Aunque los más utilizados para joyería evidentemente son los ópalos nobles, también hay variedades comunes que si presentan la calidad necesaria son utilizadas, como el caso de los ópalos de madera fosilizada, o los lechosos, entre otros.
Los distintos tipos de ópalo son determinados en gran parte por su lugar de procedencia; existen yacimientos en Estados Unidos, República Checa, Brasil, Eslovaquia, Turquía, Indonesia, Hungría, Guatemala, Nicaragua, y Honduras, aunque a nivel global el aporte conjunto de estos países a la oferta no es muy significativo. Sin duda alguna el productor más importante es Australia, ya que este país es el responsable de la mayor parte de la producción mundial. Dependiendo de la fuente, entre el 80% y el 98% de la oferta mundial procede de las antípodas, y sus variedades preciosas, especialmente los cristalinos, lechosos, y blancos, presentan calidades extraordinarias, con brillos vivos, y ricos juegos de colores.
Además de estas variedades hay otras aún más extraordinarias, como el ópalo matriz, y el ópalo negro. La primera variedad es un tipo de ópalo “de roca”, es decir, de los que se forman cuando los sílices se filtran en las cavidades de una roca “huésped”, (en este caso mineral de hierro) creando un patrón extraordinario de islas de color iridiscente que contrastan con el tono oscuro de la roca. Estos ópalos son siempre cortados junto a la piedra “huésped” para preservar el dibujo. Este tipo de gema representa apenas el 2% de la producción australiana, y son casi exclusivos del norte del país (hay pequeños yacimientos de menos calidad en el sur), rareza que sitúa su valor solo por detrás de los legendarios ópalos negros. Precisamente esta variedad es la más codiciada de todas ya que su juego de color y belleza son superiores.
Otro país que destaca en la producción mundial de ópalos es Etiopía; desde que en 2008 se descubriera un importante yacimiento de piedras de altísima calidad en Wegel Tena, provincia de Wolo, los ópalos Welo (así han sido bautizados) son de los más demandados por su exquisito color y brillo. En México encontramos otra de las variedades más extraordinarias de ópalo, el de fuego. Aunque se trata de una variedad que no suele presentar juego de color, compensa esta falta con un tono anaranjado rojizo extraordinario-cortesía de trazos de óxido de hierro-que recuerda una llama congelada y que convierte el origen volcánico de la gema en un añadido más a su halo de misterio. Es fácil imaginar por qué los aztecas creían que la piedra encerraba en su interior una llama creada en las aguas del paraíso.