Naturaleza muerta muy viva: La pintura floral en el siglo de oro neerlandés
El Siglo de Oro de la pintura neerlandesa fue uno de los períodos más brillantes del arte europeo, dando origen a numerosas corrientes y subgéneros pictóricos que influenciarían y siguen influenciando la pintura y las artes visuales aún hoy. Desarrollada temporalmente a lo largo del siglo XVII, durante y después de la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648) por la independencia de los Países Bajos, su eclosión y auge coincidió con la prosperidad económica de Las Provincias Unidas, que se convirtieron en el verdadero centro de Europa, liderando el comercio, la ciencia y el arte.
Quizás unas de las características más destacadas de la pintura durante el Siglo de Oro neerlandés fue la diversidad de géneros que se desarrollaron, dedicándose la mayor parte de los artistas en exclusiva a uno sólo de ellos: pintura histórica, retratos, escenas de la vida cotidiana, paisajes, pintura marítima, tierras extranjeras, y bodegones; todos contaban con sus respectivos expertos, e incluso la gran mayoría de géneros tenían subgéneros, estos también con maestros dedicados a ellos en su totalidad. Uno de los más destacados en este apartado sin duda fue la pintura floral, un derivado de los bodegones que alcanzó tal popularidad que los cuadros con esta temática se convirtieron en un elemento obligado en casa de todo ciudadano pudiente, e incluso eran buscados con fervor desde el extranjero, elevando mucho su valor.
Para entender por qué este subgénero pictórico tan específico alcanzó tal grado de éxito, es necesario comprender la estrecha relación que el pueblo neerlandés tenía con las flores, y especialmente con los tulipanes. A principios del siglo XVII el tulipán fue importado de Constantinopla, causando una sensación inmediata en una población ya muy aficionada a las flores ornamentales. No tardaron en crearse extensas plantaciones, y para el año 1630 ya existían más de 140 variedades, creadas por el método de hibridación.
Las variedades más raras llegaban a alcanzar cifras astronómicas, y la creciente demanda no tardó en convertir el tulipán en un enorme negocio, creándose en torno a su comercio un mercado bursátil propio. Fue lo que se conoció como “fiebre del tulipán”. Como todos los negocios altamente especulativos (y más aún con un bien tan volátil y perecedero como las flores) no tardó en colapsar, y en 1637 los precios se desplomaron, creando una crisis económica que obligó incluso a la intervención de los Estados Generales, quienes tuvieron que rescatar mediante subsidios a los accionistas para así evitar su ruina, aunque ni así lo lograron.
Este episodio sirve por una para ilustrar el amor que los habitantes de Las Provincias Unidas tenían por las flores exóticas, y por otra para demostrar hasta qué punto éstas constituían un símbolo de riqueza y estatus, y también-con motivo de la crisis-una alegoría de lo efímera que resulta esa riqueza. Como curiosidad, cabe señalar que durante la “fiebre del tulipán” muchas veces resultaba más barato un cuadro que representaba un ramo de flores, que el ramo verdadero.
La pintura floral tuvo como padre a Ambrosius Bosschaert el Viejo, pintor flamenco nacido en Amberes cuyo talento y precisión científica a la hora de reproducir las flores le granjearon gran fama y ayudaron a establecer los bodegones florales como un género propio. Otros nombres muy destacados que siguieron sus pasos fueron Balthasar van der Ast, Jan van Huysum, Paul Theodor van Brussel, Willem van Aelst, Roelant Savery, o Jacob van Walscapelle. Es importante notar que este género fue uno de los pocos en que destacaron artistas femeninas, Maria van Oosterwijck, Rachel Ruysch, o Simon Pietersz Verelst, fueran algunas de las exponentes más destacadas.
Técnicamente, la pintura floral holandesa hizo común el uso del claroscuro, colocando las flores de colores brillantes, sobre fondos sombríos, logrando un efecto de profundidad, casi tridimensional, que da todo el protagonismo a los bouquets. En cuanto a la composición, los ramos suelen presentar un orden cuidadoso, equilibrado cromáticamente, y con una gran fidelidad científica de cada flor individual. Este realismo sin embargo no se aplicaba al conjunto, ya que era altamente inusual contar con arreglos tan profusos en la vida real; su precio prohibitivo hacía que las flores fueran expuestas individualmente en vasijas, como las “sujeta tulipanes” de cerámica de Delft.
Por esto mismo el simbolismo de la pintura floral solía versar sobre la riqueza y la belleza, y sobre la fugacidad de éstas. Un discurso que se puede enmarcar dentro de la pintura Vanitas, y su constante recordatorio de que la belleza es tan solo un momento, al igual que-en última instancia-la vida misma. Esta significación muchas veces solía reforzarse mediante la inclusión de distintos memento mori como conchas marinas, insectos, lagartijas, o incluso relojes de arena, todos símbolos en distinta medida del inevitable fin de la vida. Un mensaje sombrío, pero a la vez vitalista, que se esconde tras la una hermosa cara, la de la pintura floral del Siglo de Oro neerlandés.