La eterna pasión de las piedras rojas
El rojo probablemente sea el color más simbólicamente cargado de todo el espectro cromático. Poseedor de una serie de significados que van desde los más agoreros hasta los más beneficiosos, seguramente su asociación al amor, a la pasión, y a los sentimientos más exaltados, sea una de sus facetas alegóricas más universalmente compartidas. Por eso no es de extrañar que las piedras preciosas rojas hayan sido codiciadas desde tiempos inmemoriales, porque en la perpetuidad de su constitución estas gemas del color de la sangre simbolizan el deseo de eternidad de un sentimiento, que constituye uno de los motores principales de la condición humana.
Sin duda la más brillante de las piedras preciosas rojas es el Rubí. Su nombre evoca joyas deslumbrantes y tesoros legendarios. Considerado una de las cuatro gemas preciosas (junto con el diamante, la esmeralda, y el zafiro), el rubí es hermano del zafiro, formando ambos la familia del corindón (todos los corindones que no presentan coloración rojiza son llamados zafiros). Debe su color encarnado a los metales de hierro y cromo, y sus ejemplares más destacados se pueden encontrar en el valle del Mogok, antigua Birmania, hoy en día Myanamar.
De esas tierras son originarios los célebres rubíes “Sangre de paloma”, de un rojo profundo con apenas un leve subtono de azul. Los rubíes de calidad excepcional, sobre todo si superan los 3 quilates, son muy codiciados, debido a su extrema rareza, y alcanzan con facilidad precios bastante por encima de los diamantes de similares características.
Pero aunque el rubí sea la más hermosa de las piedras rojas, no es la única. Otra que puede alcanzar cuotas de belleza muy altas es la espinela roja. La más inusual de las espinelas, debe su tono carmesí a la existencia de cromo, y en ocasiones al aluminio. Aunque su presencia en joyería no es demasiado extendida, existen algunos ejemplares extraordinarios que han dejado su huella en la historia: una de ellas es una piedra de un rojo intenso que engalana la corona de Catalina II de Rusia; y otras dos son las extraordinarias gemas engarzadas en la Corona imperial británica: el Rubí Príncipe Negro, de 170 quilates, y el Rubí Timur, de 352 quilates (en su momento se creyó que se trataba de rubíes y por eso fueron bautizadas de esa manera).
Otra gema escarlata de gran belleza y conocimiento más escaso es la rubelita, o turmalina roja. Originaria principalmente de Brazil y diversas zonas de África, suele estar a la sombra de su hermana verde, especialmente la que proviene de Paraiba. Sin embargo existen ejemplares de tonos intensos que llegan a replicar de manera extraordinaria las mejores cualidades de los rubíes. Se trata además de una piedra que admite casi todos los tipos de talla, por lo que resulta muy versátil a la hora de usarla en joyería.
Una cuarta opción de este joyero de tonos rojizos es una piedra cuya popularidad actual es baja, pero que años atrás gozó de gran estima y utilización en el mundo joyero. Se trata del granate rojo. De hecho su popularidad era tal que muchas veces se usa su nombre genérico, granate, para designar a su variedad roja, cuando la realidad es que el granate existe en una enorme variedad de tonos. De hecho el granate rojo tiene nombre propio: Piropo, una designación de origen griego que reúne las palabras fuego y ojo. Para hacernos una idea de la popularidad de la que esta gema gozó en su día, basta contar que antiguamente era regalo obligado de parte de los jóvenes enamorados a la doncella objeto de sus afectos, y de ahí que el halago en forma de frase (derivado muchas veces en la actualidad en tropelía verbal) hacia las damas haya adquirido el nombre de piropo. Y es que el rojo esconde muchos nombres, y las piedras preciosas los encierran todos en su abrazo eterno.