Oro, el material de los sueños
Oro: El material de los sueños
Casi ningún material ha despertado tanta fascinación en la mente humana como el oro. Su brillo ha sido el génesis de leyendas, poemas, guerras, aventuras, y descubrimientos; y sobre su base se erigió el comercio internacional. Fue y es atributo de dioses, medida de valor, y símbolo de compromiso; y aún hoy seguimos rindiendo pleitesía a su belleza a través de la joyería.
Debido a sus características químicas y físicas es frecuente encontrar el oro en su estado puro en forma de pepitas y depósitos aluviales, por lo que resulta lógico pensar que fue el primer metal que conoció el ser humano, ya que no hacía falta la fundición para obtenerlo. Si a esto unimos que es el más maleable de los metales (1 solo gramo puede ser aplanado hasta hacer una hoja de 1m2, e incluso puede ser martillado hasta hacerlo transparente), que es extremadamente resistente a la corrosión, y que en su forma natural presenta un cautivador tono amarillo rojizo, es fácil entender que desde el comienzo de la humanidad se destinara su uso para fines decorativos y religiosos, y se le asignara un valor muy por encima de su utilidad objetiva.
Es conocido su uso por artesanos desde el Calcolítico, artefactos de oro como los provenientes de la necrópolis de Varna han sido datados desde el IV milenio a. C. Y a lo largo y ancho del globo, numerosas civilizaciones convirtieron el oro en uno de sus principales materiales decorativos, asociando su uso a las deidades y a sus reyes y gobernantes, adquiriendo el metal una asociación indisoluble al poder y a la riqueza. Perfectos ejemplos de esto son las civilizaciones egipcias, o la Inca.
El interés por el oro no sólo se mantuvo a lo largo de su historia, sino que el paso de los años y los avances tecnológicos del hombre crearon medios más eficientes de arrancarlo de la tierra, y finalmente terminaron convirtiéndole en la medida de valor por excelencia. Fueron los lidios los primeros en dar forma de moneda al oro y usarlo para el comercio; en el año 620 a.C. aproximadamente y bajo el reinado de Giges. Eran trozos estampados de una aleación de oro y plata conocida como electro, que pesaban 4.7 gramos, y que tenían el valor de 1/3 de estatero. Esta medida de valor estandarizada le dio a Lidia una ventaja enorme a la hora de expandir su red de comercio, y sentó las bases para el comercio internacional y el uso de dinero como elemento de intercambio. De hecho no fue hasta 1976 que Estados Unidos y el resto de las grandes economías europeas abandonaron definitivamente el patrón oro, en favor del dinero fiduciario que es la norma actual. Aun así el oro sigue siendo un valor refugio altamente buscado por inversores particulares y gobiernos, y a esta función se destina cerca del 40% de la producción mundial del metal.
Pero aunque una gran parte de todo el oro nuevo sea guardado bajo llave en forma de lingote, su uso principal sigue siendo el de ser admirado: alrededor del 50% es destinado a joyería. Debido a su extrema ductilidad, el oro debe ser mezclado con otros metales antes de pasar por las manos del orfebre, y de esa necesidad se derivan los conocidos estándares de 18k, 14k, y 10k. El primero tiene 18 partes de oro y 6 de otro metal o metales, es decir un 75 % en oro; el segundo 14 partes de oro y 10 de otros metales, un 58,33 % en oro; y el tercero 10 partes de oro por 14 de otros metales, 41,67 % en oro. Esta última aleación no es utilizada en alta joyería o joyería fina.
El metal o los metales con el que se combina el oro determinarán el color final de éste, y así tenemos que el oro amarillo se consigue con 75% de oro, 12,5% de plata y 12,5% de cobre; el oro rojo con 75% de oro y 25% de cobre; el oro rosa con 75% de oro, 20% de cobre y 5% de plata; y el oro blanco con 75% de oro, 16% de paladio, y 9% de plata (aunque hay otras combinaciones que también logran el tono).
También se pueden obtener otros colores más inusuales, como el morado que se consigue combinado el oro con aluminio creando una aleación intermetálica que debido a su estructura cristalina es mucho más frágil que otras aleaciones, por lo que resulta muy difícil de trabajar y es usada más como una gema que como un metal. Algo similar pasa con el oro azul (aleación con galio o indio), que se utiliza sobre todo para baños o tratamientos superficiales de plata u oro de otro color.
Pero más allá del color hay una cosa que resulta evidente: el embrujo del oro sigue vigente. Sin importar si lo podemos comer, o si tiene alguna utilidad “real”, continuamos elevando su valor y deseándolo, admiramos su belleza, y seguimos buscando su adorno; y es que la fascinación que el dorado metal despierta en las porciones más remotas de nuestra mente sigue siendo las misma que hace miles de años cautivó a nuestros antepasados y los llevó a arrancar el oro de las entrañas de la tierra para subirlo a los cielos.