Amatista, belleza en estado puro
Amatista, belleza en estado puro
Los tonos violetas de la amatista llevan miles de años fascinando al ser humano. Los antiguos egipcios la utilizaban como joya, y durante la antigüedad tanto griegos como romanos la utilizaron para realizar exquisitos grabados de talla dulce. En la Europa medieval también fue muy popular, ya que se afirmaba que ayudaba a mantener una mente lúcida y tenía propiedades sanadoras, razón por la que los soldados solían llevar una amatista como amuleto en el campo de batalla.
Su belleza ha generado una amplia mitología a su alrededor, e incluso su nombre se origina a partir de sus supuestas propiedades: proviene del vocablo griego amethystos, que significa “no borracho”, y es que los antiguos griegos le atribuían a esta piedra la capacidad de proteger contra la intoxicación del alcohol, funcionando como un potente antídoto contra la embriaguez. Esta idea de sobriedad también se trasladó a la Iglesia Católica, ya que durante la edad media (y hasta el día de hoy) la amatista pasó a formar parte de los adornos eclesiásticos, siendo muy protagónico su papel en los anillos obispales, llegando incluso a ser bautizada como “la piedra del obispo”. Esta importancia religiosa se debe en gran parte a que se considera que la amatista es una de las doce piedras que forman parte del adorno pectoral de los altos sacerdotes de Iahvé según la biblia, y como tal simbolizaba (y supuestamente inspiraba) la piedad, la pureza, y la castidad.
Como es lógico, tan alta estima, combinado con una oferta limitada, llevó a que hasta el siglo XVIII se considerara la amatista como una de las piedras cardinales, equiparándola en valor al diamante, el rubí, el zafiro, y la esmeralda. Esta situación cambió con el descubrimiento de grandes yacimientos en lugares como Brasil, Austria, o Zambia, entre otros, situación que aumentó enormemente la oferta generando una lógica bajada de precios.
En la actualidad la amatista sigue siendo una piedra muy apreciada, junto con el citrino se le considera el cuarzo (familia a la que pertenece) más valorado, y su uso en joyería es amplio y popular. La amatista le debe su color violeta a la presencia de hierro en su estructura y a la exposición a radiaciones naturales. Sus tonos oscilan entre el violeta más claro, casi transparente, hasta las variedades más oscuras, a veces con matices variables de azul y rojo. El valor de la amatista no está determinado por los quilates de la piedra, sino por el color de ésta.
A pesar de que existe una oferta elevada, las calidades más altas aún resultan bastante complicadas de conseguir, siendo considerado ideal una piedra de tono oscuro y color profundo, con un porcentaje de matiz violeta entre el 75-80% y matices azules, y alrededor de un 15% de rojos. Estas variedades son conocidas como siberianas, ya que es de esta área de donde tradicionalmente se han extraído los ejemplares de mayor calidad. La variedad de amatista de tono más ligero se conoce como Rosa de Francia, y aunque más frecuente también es muy apreciada por su belleza delicada y sutil. Al tener una dureza igual que la del cuarzo, la amatista resulta una piedra muy versátil y bastante resistente, siendo su uso en joyería muy amplio, figurando en anillos, colgantes, pendientes, pulseras, y prácticamente todo tipo de piezas.